1º PREMIO RELATO 2020: NATALIA GARCÍA 1º B BACH

 LA ESTRELLA PERDIDA

Víctor caminaba por las calles desoladas, aún con la emoción a flor de piel.  No recordaba cuanto tiempo llevaba vagando bajo esas luces, que más que alegrar su vista, la cegaban.  El aire, aún frío por la reciente nevada, le traía recuerdos aquella mañana.

La relación entre él y sus padres nunca había sido la más correcta, solía parecer un puñado de pólvora a punto de estallar.  Pero lo que había sucedido esa mañana era diferente. Ellos le habían dicho cosas, cosas que unos padres jamás deberían decir, y él había contestado con la misma brutalidad. Los gritos aún retumbaban en su cabeza, pero no significaban nada. Ya no. Sin importar el día que fuera, o las disculpas que habían llegado demasiado tarde.

Con el tiempo, las calles habían comenzado a vaciarse, y solo quedaron él y el eco de unas navidades a punto de acabar. O al menos eso pensaba. Pero de pronto, un llanto llamó su atención. Víctor levantó la mirada y se encontró con una niña que sollozaba sobre los escalones de un portal.

El chico miró en todas direcciones, había estado tan sumergido en sus pensamientos que verla le había sobresaltado. Buscó a alguien que pudiera ayudarla, pero solo ellos dos estaban allí.

—¿Hola? —La niña alzó la cabeza, observándole con unos ojos irritados por las lágrimas—, esto… ¿Te sucede algo?

Ella no contestó, solo mantuvo su mirada fija en él.

—¿Dónde están tus padres? ¿Te has perdido? —Esta vez la niña dio una breve afirmación.

—Oh —Víctor se llevó la mano al bolsillo—, entonces creo que lo mejor será… ¡No puede ser!

Su móvil no estaba. Rebuscó un par de veces más, como si fuera a aparecer de la nada, pero no sucedió. Claro, tal vez esas eran las desventajas de escaparse de casa, que no podías estar muy pendiente de llevar teléfono o no.

Intentó ocultar su nerviosismo, lo que menos quería en ese momento era contagiárselo a la niña, pero su rostro interrogante le decía que lo estaba haciendo mal.

—No pasa nada, hay una comisaría que no está muy lejos de aquí. Puedo llevarte.

—No hace falta, vivo cerca. —Su voz sonaba clara en la quietud de la noche, pero aun así no pudo entenderla, si vivía tan cerca ¿por qué no había vuelto?

Como si fuera capaz de escuchar sus pensamientos le respondió.

—Está muy oscuro, me da miedo ir sola.

—¿Estás segura de que vives cerca? —No le hacía nada de gracia ir con una niña que no conocía a esas horas de la noche. Ni siquiera sabía si podía considerarse legal.

La niña asintió, y algo en su rostro, algo que parecía ser alivio, o quizás… ¿esperanza?, le dio el impulso que necesitaba para aceptar.

Anduvieron durante algunos minutos en silencio, contemplando los escaparates de las tiendas, decoradas con espumillón y luces ahora apagadas.

—¿No te gusta la Navidad? —preguntó la niña

Víctor se sobresaltó al escucharla, estaba tan sumergido en su mente y recuerdos que casi había olvidado que ella estaba allí —¿A mí? ¿Por qué preguntas eso?

—No lo sé —respondió encogiéndose de hombros—, es solo que pareces triste.

Víctor se quedó pensativo, no sabía que responder a eso. Le solían decir cosas parecidas, que parecía disgustado, molesto, pero ¿triste?

—Este día te recuerda a algo ¿verdad? Algo triste.

Ambos volvieron quedarse en silencio. Sus palabras le acompañaron durante un largo tramo del camino, sin saber si estaban en lo correcto o no. Para él, navidad siempre había sido un día más, nunca había sentido lo que muchos llamaban “espíritu navideño” pero tampoco le disgustaba, ¿verdad? ¿Entonces por qué no era capaz de afirmarlo en voz alta?

—No me recuerda a nada que haya vivido —se sorprendió al responder—, sino a lo que no.

—¿A qué te refieres?

—Mis padres nunca han sido muy cálidos, y en realidad no me molesta, estoy acostumbrado —Las palabras salían a borbotones de su boca, sin tiempo de procesarlas—. Pero cada Navidad… veo como las familias se reúnen, como se abrazan y sonríen unos a otros. Como son felices —Su vista se tornó borrosa—. Ver todo eso me duele, lo ansío tanto, pero no podemos montar ni un portal de Belén si romper por lo menos un par de figuras. Entonces ¿cómo? ¿cómo podemos ser como el resto de familias? ¿cómo podemos ser normales?

De pronto recordó con quién estaba hablando, una niña de no más de diez años. Pensó que le miraría horrorizada, pero para su sorpresa, parecía mucho más tranquila que él.

—¿Has hablado con ellos?

—¡Claro! ¡Pero no me escuchan! ¡Solo se preocupan por sí mismos!

—¿Alguna vez has tratado de escucharlos tú?

Sus palabras le dejaron en blanco

—¡Claro que lo he hecho! ¡son ellos los que empiezan!

—¿Sí? ¿Has pensado qué tal vez ellos sientan lo mismo? ¿Qué quizás quieren protegerte, solo que no saben cómo?

Y-yo… —Su voz temblaba por algo que no lograba identificar— ¿Y a ti qué te importa? Solo eres una niña, ¡ni siquiera sé tu nombre!

—Me llamo Belén —contestó sin parecer molesta.

Pero esa charla había podido con él. Mantuvo ritmo fijo esperando que su casa estuviera tan cerca como había afirmado, aunque por ahora no parecía ser así.

—¿En qué calle vives? Nunca había estado por aquí.

—Yo tampoco

Víctor se estremeció. —¿¡Qué!?

—Solo las sigo —afirmó Belén.

—¿Las sigues? ¿A quién?

—A ellas —dijo señalando al cielo—, a las estrellas.

—¿Qué? ¿Las estrellas? —Sin duda esa niña estaba loca.

—Claro, ellas te guían allá adonde quieras ir. ¿Acaso no has oído hablar de los reyes magos? A ellos les guio una estrella.

No creo en ese tipo de cosas.

No escuchó una respuesta por su parte, pero sí juraría haber oído una leve carcajada, una carcajada que conjuntada con sus palabras se escuchó algo tétrica.

Seguidos por una noche que relucía más que antes, llegaron hasta una pequeña plaza. Ese lugar no necesitaba luces festivas para brillar; enredaderas que trepaban por los muros, flores que pintaban los ladrillos. Sin duda nunca había estado allí, de ser así lo recordaría.

Ambos se detuvieron, no había ningún motivo para hacerlo, pero en ese momento parecía lo más correcto. La pálida mano de la niña agarró la suya y una voz distorsionada por el eco se abrió paso entre sus labios.

—Escúchalos, si de verdad los quieres, habla con ellos.

Víctor se giró buscando a esa niña, tan extraña como fascinante, para encontrarse con una piel translúcida que comenzaba a desvanecerse.

—¿Qué has dicho?

—Ya he llegado —dijo con una voz cada vez más silenciosa—. Estoy en casa.

Miró a Belén durante sus últimos segundos, viendo como su sonrisa y ojos vidriosos desaparecían en el aire. Cuando dejó de sentir su mano entre las suyas, tal y como si fuera un interruptor, el cielo se apagó. Luna, estrellas… todo se sumió en la más profunda oscuridad.

Víctor observó a su alrededor, una vez encantador, se había consumido en la nada. Solo lo acompañaban los recuerdos de esa mañana, los gritos y una culpa que ahora sabía que era suya.

Un sollozo se escapó de su garganta, había sido egoísta, inmaduro, infantil. Todo, todas esas discusiones, esa situación que tanto le angustiaba… él mismo la había creado. Y ahora estaba perdido, no sabía que más podía hacer.

De pronto, una luz se cernió sobre su cabeza, una estrella que lo miraba desde las alturas.

—¿Belén? —se oyó preguntar al cielo.

Una voz resonó en su cabeza, nítida como si estuviera detrás de él, “ellas te guían allá adonde quieras ir”, oyó, y supo que hacer.

La estrella comenzó a moverse, cada vez a mayor velocidad, y él la siguió. No supo si pasaban por las mismas calles que hace unos instantes pues su vista estaba clavada en ella. En Belén.

Por fin la estrella paró, y como si fuera el fuego de una vela, se apagó.

Entonces, se encontró con una puerta. No. No era una puerta, era la puerta. La puerta de su casa. Y con una mano que parecía no pertenecerle, la golpeó.

Tal vez sus padres no fuesen perfectos, siempre lo había dicho, pero nunca había pensado realmente en ello. En que ellos también se enfadaban, también lloraban, también sentían.

Y tal vez esas tampoco hubiesen sido las mejores Navidades, pero ahora sabía que, con esfuerzo, las siguientes sí podrían serlo.

 

Aurora

 

 

 

 

 

 

 

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

2º RETO: DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER

RETO 1: IMAGINA QUE...